Llegamos al aeropuerto internacional de Kuala Lumpur tras muchas horas de vuelo: de Alicante a Amsterdam, de Amsterdam a Singapur y de Singapur a Kuala Lumpur. Salimos del avión y nos fuimos hasta la zona de recogida de equipajes, un ratito mirando la cinta transportadora, que cada vez pasaba con menos maletas y la mía no llegaba, no llegaba,…, y no llegó. La primera vez que me pasó en todos mis viajes, mi mochila no apareció, no me lo podía creer, y ¿ahora qué? ¡Pero qué mala suerte! No hay opción, hay que ir al Lost and Founds para hacer las diligencias pertinentes. Tras un rato de papeleos y de descripción del equipaje extraviado me entregaron la cantidad de 150 ringgits malayos (unos 30 euros) como compensación. Por lo que parece la mochila está en Amsterdam, no ha salido del aeropuerto y en uno o dos días deberá llegar a su destino final.
Una ducha en el hotel nos activó un poco y yo, claro está, volví a ponerme la misma ropa. Qué cansancio y qué hambre teníamos, salimos disparados a una de las calles más animadas de la ciudad, Jalan Alor, que está muy cerca de nuestro hotel. Repleta de puestos de comida callejera y restaurantes con sus mesas en la calle que sirven comidas y bebidas hasta altas horas de la madrugada, era una excelente opción para la noche. El trasiego de gente de un lado para otro, de nuevas y diferentes caras, los olores, los humeantes grills con mariscos y carnes,…, estábamos de nuevo en nuestro querido Sudeste Asiático, de nuevo en Kuala Lumpur, y lo celebramos con una Skol bien fría. Era solamente el comienzo de un nuevo viaje, de una nueva aventura que esta vez nos llevaría al exuberante Borneo Malayo… Y… ¿la mochila? ¿Qué mochila?
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