Son tantos buenos recuerdos que traje en mi maleta de Tailandia, que elegir uno me resulta difícil.
Pero piense lo que piense siempre me aparece la imagen de dos elefantes pegados a una gran botella verde: el logo de la cerveza Chang; un compañero más en nuestro viaje por las calles de Bangkok.
Una pilsen, rubia, suave, y que fresquita entraba muy bien después haber visitado el Gran Palacio de Bangkok, después de haber recorrido los innumerables templos de esta ciudad de ensueño, que no dejaban de sorprenderte con sus coloridas estupas.
Cuantas risas rodeando el gran Buda dorado: imposible de sacar en una sola foto, capaz de regalar una nueva y otra perspectiva. Incansables paseos por tantos mercados, mágicos atardeceres, capaces de curar todo cansancio. Mi Chang más sabrosa fue seguramente la que tome el último día.
Fuerte era la sensación amarga de lúpulo al pensar que se acababa esta maravillosa experiencia siempre junta a mis viajefilos, que se reunían tras un día agotador pateando la cuidad de un rincón a otro. Unos se perdieron por la concurrida Kaosan Road, donde la diversión está asegurada, llena de restaurante, bares, tiendas y gente buscando animación (días atrás no había quien nos recogiera!).
Otros decidimos quedarnos cerca del hotel, y qué sorpresa más grata al descubrir una callejuela que albergaba unos pintorescos restaurantes con mesitas en la calle y pequeños puestos de comida callejera, donde te preparaban suculentos platos delante de tus ojos. Cena perfecta para un final de fiesta, ese pad-thai enrollado como una tortilla acompañado por una Chang fresquita comprada en un súper justo enfrente de estos bares y a cada trago era una anécdota que regalaba una sensación agridulce digna de la sabrosa gastronomía de este lugar.
Entonces ya sabes no puedes visitar Tailandia sin que te acompañe dos elefantes pegados a una gran botella verde!!!!!!
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