Que ver en Lhasa en dos días

Amanecer en Lhasa, ¡suena bien! Hoy comenzaban nuestras dos semanas programadas con Norbu, el guía tibetano que Youlan Tours contrató para nosotros. Sin ser amigos de guías ni viajes organizados éramos conscientes cuando nos pusimos a prepararlo, que viajar al Tíbet por libre era imposible. Lejos de montar un viaje al uso, Irene, de Youlan, puso todas las facilidades para diseñar el recorrido a nuestro antojo y para los dos solos. Esa misma mañana nos poníamos en marcha, con dos días en Lhasa por delante.

Así fue nuestra ruta por Tíbet y aquí todos los artículos que le dedicamos a este maravilloso viaje con las recomendaciones para organizar un viaje a Tíbet, todos los datos de interés de nuestro viaje y la ruta y escalas de nuestro recorrido por Tíbet:

Recorrido de 16 días a través del Tíbet, la distancia entre Lhasa y Katmandú con Youlan Tours

Martes 11 de Septiembre de 2018

Comenzamos el día con uno de los platos fuertes de nuestro viaje a Tíbet: el palacio de Potala, el que fue durante siglos residencia de los Dalai Lamas y, sin duda, una de las estampas clásicas que tenemos en nuestra memoria cuando pensamos en Lhasa, Tíbet o el budismo. Y es que la imponente estructura, su importancia histórica o la ubicación, hablan por sí solas de lo imprescindible de la visita.

Norbu nos esperaba a las nueve en punto. Aunque la visita estaba programada para mañana, tal vez más recomendable con un segundo día de aclimatación a la altura, la agencia hubo de cambiar los planes por problemas con los tickets de entrada para el día siguiente. El hacerse con las reserva no es sencillo y hay cupos restringidos para entrar. Al parecer mañana había un grupo grande para la visita. Un problema menor si pensábamos que íbamos a conocer uno de los mejores lugares de todo Tíbet.

Si bien no habíamos reparado en ello anoche, al salir esta mañana del hotel, nos damos cuenta de que estamos ubicados en un barrio tradicional que por si solo da para un montón de fotografías. No hay duda de que un motivo más para que entre en nuestras recomendaciones.

Para las 9:15 estamos ya en Potala pasando el primero de los controles. Imponente, impresionante, increíble… faltan calificativos para la sensación de estar frente a esta maravilla. Cientos de tibetanos giran alrededor caminando mientras mantienen en movimiento sus molinillos de oración. En el conjunto de la escena todavía lo hace más sorprendente. Todavía una cola de unos 30 minutos entre visitantes chinos y occidentales y entraremos en el recinto. La mayoría de los que lo hacemos en ese momento son europeos.

Para acceder es necesario llevar el pasaporte original y el permiso de entrada al Tíbet. No se puede entrar con agua entre otras cosas más evidentes como mecheros o cerillas. Dos controles más y ya estamos dentro, pero todavía queda un control más en el interior y otros 20 minutos de cola. Allí mismo se puede comprar agua (5 yuanes), una graciosa botella “Potala” con la que hacen el negocio.

El palacio de Potala

Situado sobre la conocida como colina roja, de 130 metros de altura, el palacio es uno de los grandes edificios arquitectónicos del mundo que todavía sigue en pie. Aquí fue donde el rey Songsten Gampo construyó su palacio en el siglo VII. En 1645 el V Dalai Lama decidió trasladar hasta aquí su gobierno y comenzó la edificación del actual edificio sobre el antiguo palacio del rey tibetano. Durante más de 50 años se levantaron sus 13 pisos y sus más de 1000 salas. El complejo levantado comprende el palacio blanco que fue construido en primer lugar directamente sobre los cimientos del palacio de Songsten Gampo y el palacio rojo, centro religioso del edificio y de construcción posterior a modo de gran chorten funerario para el V Dalai .

El edificio durante muchos años sirvió de residencia para los Dalais, pero en el siglo XVIII perdió importancia tras la edificación del palacio de verano. Milagrosamente tras la revuelta de 1959 no sufrió grandes daños e incluso resistió la dura revolución cultural posterior. En 1980 fue reabierto al público. La entrada cuesta 100 yuanes en temporada baja y 200 en alta.

Se visitan solo tres del total de pisos. Otros están destinados a oficinas, estaciones militares… y permanecen restringidos a la visita, junto con las viviendas de los monjes que actualmente viven allí, unos 30.

Aquí comienza la terrorífica cuesta de acceso. Solo llevamos unas 24 horas expuestos a los 3650 msm de Lhasa. Menos mal que Norbu, consciente de nuestras limitaciones a estas alturas de viaje, nos detiene de vez en cuando con alguna explicación. Llegamos por fin a la intersección que marca la entrada de ambos palacios, blanco y rojo. Entramos en el palacio Rojo, los muros, de seis metros de anchura, nos dan la idea de porque se mantiene en pie. Antes de entrar, se cambia el ticket por otro nuevo. Accedemos a un patio interior. Ultima oportunidad para “una meadita” y comprar agua. A partir de este punto se entra en las salas donde ya no se pueden tomar fotos.

Todos los frescos son originales y bien merecen la conservación. Varias estancias no son accesibles y las cámaras y los vigilantes cuidan que “no te despistes“ del recorrido. Aquí las escaleras se vuelven auténticas pruebas de superación personal. Colores vivos adornan todas las paredes de la antigua madera. Salimos a un nuevo patio. Lo de tratar de hacer alguna foto, mejor abstenerse. De un lado del patio, la sala de rezo, trono del treceavo Dalai Lama. Junto a esta, la pequeña sala de recepción. Las paredes se encuentran cubiertas de trabajadas tallas de madera. Seguimos hasta la sala de meditación y la sala de estudio del Dalai donde pasaba la mayor parte del tiempo. Todo el mobiliario es original y realmente impresionante. Las salas del quinto Dalai, en otro extremo del patio no son visitables.

En el interior del palacio se encuentran los restos de los Dalai quinto al treceavo. Pasamos a más salas, entre ellas las capillas del octavo Dalai. Las figuras de Buda allí custodiadas dan para una tesis sobre budismo. El camino sigue hasta la Lailang Khang, las capillas del séptimo Dalai con tres grandes mandalas tridimensionales fabricados en madera, bronce y piedras preciosas. En la siguiente, Sasum Namgyal, también estancias del séptimo. En todas ellas se respira una espiritualidad increíble.

Una sala mayor sigue, la del sexto Dalai. Que difícil es reprimirse a la cámara. Siguen más y más capillas de maestros y dalais. La del séptimo resulta la más rica y ornamentada, una enorme estupa cubierta de oro. Fue uno de los más venerados por los avances que propició y así se le recuerda, con esta gran estructura dorada. La más antigua, con 1300 años, Phagpa Lhakang con una figura de Buda en madera de sándalo traída de India y de la que solo se conservan cuatro.

En el nivel inferior, una sala mucho mayor que todas las capillas previas. Sala de estudio y oración para los monjes. Los murales que la circundan, muestran la vida del quinto Dalai y sus viajes. Desde aquí se accede a una sala donde se encuentran multitud de figuras de Buda, la central y más importante, Padmasambhava, que trajo el budismo de India y sus ocho manifestaciones. Pasando adelante la increíble estupa del quinto Dalai, cargada de piedras preciosas y gran tamaño y a los lados la de otros Dalai.

Una hora y media aproximadamente nos lleva la visita del interior de Potala, un auténtico museo del budismo. Durante el recorrido, resulta curiosa la mezcla del voraz turismo chino que manifiesta escaso respeto con los tibetanos que mantienen sus rezos y ofrendas frente a las imágenes.

La lluvia nos sorprende a la salida. Por suerte, cesa de inmediato y nos permite unas nuevas fotos del exterior del palacio y sus imponentes muros sobre la colina. En la bajada, tomamos buenas fotos de la ciudad defendida por las montañas. La gente no se enfada con nuestras fotos y terminamos tomando una auténtica barbaridad.

Antes de la siguiente visita, el monasterio de Sera, vamos a comer, la verdad es que lo necesitamos. Vamos a un restaurante plagado de occidentales con sus guías y un buffet más que razonable por 50 yuanes, bebida incluida. Foodking restaurant. Si tienes dudas con alguna clave de wifi en China, prueba con “ocho veces ocho”…

Al lado, dos o tres locales más abajo, una fabulosa cafetería, Lhasa Java Coffee donde probamos el primer café en Tibet y el primero del día. A ver si se hace con este dolor de cabeza. Realmente bueno. Eso si, pagamos 3 € cada uno por la fiesta. Un rato de descanso y camino de nuestro siguiente objetivo: el monasterio de Sera. Caminando se encuentra a pocos metros de los restaurantes donde hemos comido.

Monasterio de Sera

Fundado en 1419 por Sakya Yeshe, discípulo de Tonsgkhapa es uno de los más importantes de los geluppas y el segundo mayor de Tíbet. A 5 km al norte, logró sobrevivir a la revolución cultural si bien algunas de sus escuelas si fueron destruidas. Llegó a albergar 5000 monjes. De las cinco escuelas originales de conservan tres: Sera Me, Sera Je y Sera Ngapa, cada una dedicada a distintos estudios budistas. Su precio: 50 yuanes. Habrá que pagar 10 más por la cámara, que solo se podrá utilizar en algunas estancias. No merece la pena pagar por ello.

Sera Ngapa es la escuela más antigua del monasterio y está dedicada a los estudios tántricos. Sera Me, dedicada a enseñar los preceptos fundamentales del budismo, contiene la imagen más sagrada del templo, una estatua de Sakyamuni del siglo XV. Sera Je es la mayor escuela y donde se encuentra la capilla de Tamdrin, dedicada a una deidad que protege el monasterio y que se ha convertido en la más sagrada del templo.

De nuevo un museo y una magistral clase de Norbu, sobre la cultura y religión tibetana, tan alejada de lo que conocemos. Aprovechando un gran mural y un mándala nos aclara muchos de los conceptos fundamentales para su religión y su modo de vida. Uno de los espectáculos más interesantes está al final, cuando a primera hora de la mañana o entre las tres y las cinco de la tarde, los monjes comienzan sus debates. Los aplausos que premian las disquisiciones más acertadas se oyen de lejos. Un monje permanece sentado mientras habla acerca de sus conocimientos y responde a las preguntas que otro monje en pie, entendemos que de mayores estudios, aplaude o rechaza. Más que un aplauso es un signo con el que manifiesta su opinión.

Salimos del monasterio con un atardecer soleado. No hay duda que el tiempo cambia cada poco. Para las cuatro de la tarde terminamos las visitas programadas y le pedimos a Norbu que nos deje en el centro, en el barrio de Bakhor. En toda la zona, nos advierte varias veces, hay que tener cuidado con qué fotos se toman, evitando en todo momento las instantáneas de los puestos policiales y militares si no quieres acabar con problemas.

Para entrar en la plaza Jokhang un nuevo control policial. El templo lo visitaremos mañana, para hoy solo callejearemos alrededor. De momento caminamos un rato en contra del Kora que muchos tibetanos andan realizando. Cansados tras un corto paseo, entramos en la calle Barkhor en un sugerente Italogelato Café en busca de un café. No nos equivocamos, sirven espressos, tienen wifi y un ambiente tranquilo donde poder descansar un rato. Eso si, de nuevo tres eurazos por el café.

La vuelta la emprendemos caminando al hotel en busca de un merecido descanso. Recogemos la ropa que dejamos ayer para lavar (y sospechamos que la han llevado a una lavandería a menos de 20 metros del hotel que hemos visto hoy…). Nos cobran la friolera de 300 yuanes, todo un abuso.

Reflexionando sobre todo lo visto hoy, mucho nos tememos que la cultura tibetana está destinada a ser arrinconada como una minoría. La política de “ocupación” que facilita la migración china han a la zona así lo acabará provocando. Sin duda, los ancianos y gente tibetana que camina por la ciudad tiene pocas posibilidades de mejorar frente a las más que probables ventajas de las que gozarán los recién llegados han. Esperemos que soplen mejores tiempos para esta gente amable.

Para cenar volvemos a repetir en el restaurante del hotel. Unos momos de patata, unas alitas de pollo, un par de sopas de champiñón y la correspondiente Lhasa Beer por 165 yuanes (20 €).

Tras la cena, un taxi y ¡a tomar unas fotos del palacio de Potala iluminado!. Lo cierto y verdad es que asome la mano en la calle, a la salida del hotel, y paro una pareja que nos llevó. Pagamos 10 yuanes sin preguntar, lo que nos dijo Norbu costaría el taxi. Eran las 10 de la noche cuando llegamos al palacio y desde luego no éramos los únicos que pensaron lo mismo.

Para la vuelta, se ofrece un muchacho con un triciclo y no podemos decir que no. 20 yuanes nos pareció bien por el esfuerzo. A la cama…

Miércoles 12 de Septiembre de 2018

Amanecíamos descansados y mucho mejor de cefaleas, mareos, etc. Tal vez la congestión que provocaba la altura era lo peor para dormir pero notábamos que algo le íbamos ganando a la aclimatación. El día amanecía gris y lluvioso. Confiábamos en los constantes cambios del tiempo  que habíamos visto en las últimas 24 horas. Hoy tocaba caminar por la ciudad y la lluvia lo iba a entorpecer demasiado. A pesar de ello, la temperatura media que andábamos teniendo durante el día era de unos agradables 20-22 grados. Por la noche bajaba a los 8-10 grados y la sensación térmica no era de demasiado frío. Antes de salir alquilamos un par de paraguas en el hotel (50 yuanes de depósito).

Para hoy: el Kora Lingkor, el monasterio Jokhang y paseo por la calle Barkhor.

Comenzaremos la mañana pues siguiendo el Kora Lingkor, pero iremos variando el camino. El intenso tráfico del Lingkhor hace que Norbu nos lo recomiende así.

Koras de Lhasa: Lingkor, Barkhor y Nangkhor

Frente al hotel comienza el sagrado circuito que recorre parte del moderno Lhasa. Tres círculos se van ampliando forjando los koras más clásicos de la ciudad: el más pequeño, interior, el Kora Nangkhor dentro del templo, un segundo mayor, el Kora Barkhor y el mayor que incluye los dos anteriores, el Kora Lingkor de unos 6 km de perímetro.

A medida que andamos vamos disfrutando de la gente local, gente que venida de distintos lugares de la región cumplen sus rituales de oración mientras caminan. Pasamos por el templo Ramoche, lugar venerado por custodiar a Mikyoba, la imagen de Sakyamuni de ocho años. Decidimos saltarlo pues nos dice Norbu, es muy similar en construcción al templo de Jokhang que visitaremos por la tarde. En la entrada aprovechamos para juntarnos a los fieles y ofrecer incienso en la estupa lateral. Norbu nos va distinguiendo según su indumentaria las distintas procedencias. Todos siguen en el kora el recorrido en el sentido de las agujas del reloj, al contrario que en la original religión tibetana, el Bon, en que seguían sentido antihorario. Afortunadamente la lluvia ha parado. Los tibetanos siguen su camino de oración ajenos a nuestra cámara. Giran sin descanso los molinillos en sus manos y hacen cuentas con las pulseras.

No hay un número fijo de koras a realizar, los hacen cuando tienen tiempo y según del que dispongan eligen uno mayor u otro más corto. Pueden hacer cuantas vueltas quieran al día pero siempre números impares. Por supuesto, la gente mayor, con más tiempo, es la que más se ve.

Llegamos al barrio musulmán. Aunque la colonia no es muy numerosa, lucen una gran mezquita. Vemos muchos grupos comerciando en torno a grandes corrillos donde se vende una hierba medicinal muy cara. El nombre no resulta fácil de recordar. Francamente, parecen pequeños gusanos.

En el camino recibimos de parte de Norbu una nueva clase acelerada de cultura y religión tibetana. Seguimos viendo algunos fieles con el duro rezo que suponen las prostraciones y que realizan siguiendo el Kora Lingkhor.

Salimos del casco antiguo y enfilamos una amplia avenida ya en la zona más moderna de Lhasa. Lhasa cuenta actualmente con 450000 habitantes, la mitad de ellos chinos han que viven a este lado de la capital. De alguna manera, el palacio Potala divide ambas zonas: la antigua, de 1300 años y la nueva Lhasa, de apenas 50. Caminamos un par de kilómetros en dirección oeste.

Giramos a la derecha, a la montaña de Chagpo Ri donde hay una serie de capillas excavadas en cuevas. Los frescos y escrituras en las paredes de la montaña lo convierten en un lugar sagrado para los tibetanos. Tallas, pinturas, cabezas de yak… el camino junto a la ladera nos lleva hasta el templo de los Mil Budas.

Aquí se respira en el ambiente la auténtica religión budista, un lugar poco frecuentado por turistas pero lleno de tibetanos a estas horas de la mañana. Una gran y moderna estupa de vivos colores adorna la escena. Las mujeres que andan realizando las prostraciones es difícil que bajen de los 80 años. Más abajo, el templo que resguarda un relieve de Buda tallado en la piedra del siglo XIV, el templo de los 1000 Budas. Miles de velas con mantequilla de yak lucen como ofrenda.

Volvemos hacia Potala y el centro de la ciudad. La silueta del palacio en la distancia resulta magnífica desde este lado. Subimos a una pequeña colina con vistas increíbles del palacio al mediodía. Lo que era un día lluvioso se convirtió en un enorme cielo despejado sobre Potala. El lugar esta abierto entre las 6:30 y las 10 de la noche. Justo detrás se localizaba el principal colegio de médicos destruido en 1959. Hoy sirve de fabuloso mirador.

Esta mezcla de los tres principales koras de Lhasa nos ha llevado unas cuatro horas cuando paramos a comer. Hemos tomado un taxi para llegar de nuevo a Barkhor. Comenos en Snowland Restaurant. Arroz mixto, momos y bebida por 106 yuanes. Muy recomendable.

Salimos y caminamos hasta el monasterio de Jokhang.

Monasterio de Jokhang

El más venerado del Tíbet. Leemos que es preferible visitarlo por la mañana, cuando está más concurrido a pesar de las dificultades que supone. Algunas capillas cierran por la tarde. Pero nosotros llegábamos a las dos de la tarde con todas, todavía abiertas.

Su construcción se remonta al siglo VII y el rey Songtsen Gampo lo erigió para custodiar una imagen de Mikyoba, un buda de 8 años, dote de la esposa nepalí del rey, Bhirututi. El famoso rey fue el primero que unificó todos los territorios tibetanos y el que introdujo el budismo en Tíbet. Al mismo tiempo que construía Jokhang, la otra mujer del rey, la china Wencheng, hizo construir el templo de Ramoche con fines similares, venerar otra imagen de Buda. Su Buda, traído de India, tenía cara de 12 años y ahora es el que se custodia en Jokhang. Cuenta con 2500 años de antigüedad. Y es que gran parte de la historia de la época parece ir ligada a la rivalidad entre ambas mujeres según vamos leyendo y por lo que nos cuenta Norbu. La cuestión es que las dos imágenes, las de ambas princesas, terminaron en el Jokhang por un tiempo, convirtiéndose en el lugar más venerado del reino. Tras la manifestación de Buda, sus ubicaciones definitivas se intercambiaron, respecto a los deseos iniciales de las princesas.

Habitualmente viven en el monasterio 120 monjes, pero en el año nuevo tibetano se juntan hasta 25000 monjes que vienen a examinarse.

Una de las particularidades del templo es su orientación, distinta al del resto de monasterios, hacia el oeste, hacia Nepal. La revolución cultural causó estragos en la estructura, si bien todavía se conservan restos originales de los materiales traídos desde Katmandú para su construcción.

El interior es una maravilla, de la que tampoco se pueden obtener fotos. Probablemente el más bonito de los que hemos visto. Imponentes figuras como la de Gurú Rinpoche de seis metros de altura y al frente Jampa, el Buda del futuro. A partir de ahí se entra en un circuito que recorre las más sagradas capillas siguiendo siempre el sentido de las agujas del reloj. En una pequeña capilla, los ocho Budas de la medicina. Otras dedicadas a maestros como el que reintrodujo el budismo en Tíbet en el siglo XI, para aquel que tradujo los textos del sánscrito, para otro que dedicó su vida a construir puentes en el país con lo que recaudaba de sus mujeres cantando ópera… Una profusión de figuras e historia difíciles de retener. Otra particularidad del monasterio es que en su interior, se pueden ver representaciones de maestros de todas las escuelas, distinguibles por el color de sus gorros.

Las más veneradas estaban atestadas de fieles realizando sus ceremonias y ofrendas, también mucho turista chino. La más importante de todas, la capilla de Jowo Sakyamuni, donde está la figura de Buda de 12 años que trajo la esposa nepalí al Tíbet. La única de las tres originales, que queda en el mundo. La de ocho de monasterio de Ramoche fue destruida aunque reconstruida por partes y la tercera, de 25 años, se perdió en Afganistán.

Una gran mándala de tan sólo ocho años de construcción pero realmente bonita, representa los entierros de los tibetanos. Norbu nos explica los distintos rituales que siguen en su religión. Un 70% son troceados y ofrecidos a los buitres tras mezclarse con harinas. Los conocidos entierros celestiales. Solo un 5% son quemados, normalmente grandes maestros cuyas cenizas quedan en las estupas de los monasterios. Un porcentaje menor son troceados y tirados al río y muchos menos enterrados, sobre todo si el cuerpo está muy deteriorado.

Poco antes de salir, disfrutamos de algunos murales originales que todavía se conservan. En el que existe antes de la salida se narra la historia de la construcción de ambos templos: Jokhang y Ramoche. Norbu nos explica los detalles del fresco. La historia cuenta que el Buda de doce años, dote de la princesa Wencheng, llegado desde India, tuvo problemas y su carruaje de transporte quedó varado en la arena. Aquí se cubrió con una tienda para protegerlo y más tarde se terminó por edificar en el lugar el templo de Ramoche. En el caso del Buda de ocho años, también traído desde la India y dote de la princesa nepalí, llegó hasta su actual ubicación, que el rey decidió lanzando su anillo sobre un estanque del que brotó una estupa. La historia, grabada en el muro hace 1300 años, con todo detalle, merece un buen rato para disfrutarla.

La fascinante visita termina en la segunda planta del patio donde tomar fotos, solo si no te embobas con las sensuales e imposibles posturas que las turistas chinas tratan de inmortalizar frente a la cámara…

Casi dos horas y camino del Centro de Medicina Tibetana, muy cerca de la plaza, pero no conseguimos visitarlo. Parece que es una lotería conseguirlo y dudamos que en realidad se pueda hacer una visita guiada. De todos modos nos llevamos una pincelada de conocimientos. Norbu nos explica que la medicina va dirigida a tratar el origen de todas las enfermedades: el odio, el deseo y la ignorancia. De aquí salen las 425 enfermedades existentes. Yo creo que agradecemos que esté cerrado. Andamos muy cansados (cerca de 12 km caminando) y saturados de información.

Para las cuatro empieza nuestro “free time” y lo primero que hacemos es lanzarnos a por un café al Italogelato…

Con algo más de una hora de descanso y la mente más relajada, decidimos realizar el Kora Barkhor. La calle aparece animadísima con gente haciendo el recorrido. Llegamos al templo Mani Lhakhang, cuya enorme kora interior nunca deja de girar. Al lado, la antigua carcel y enfrente el Jampa Lhakhang. Seguimos el mismo sentido que todos los fieles. Una experiencia difícil de explicar en palabras. Las muestras de fe de esta gente son inexplicables. Lo mejor: la naturalidad de los tibetanos cumpliendo con sus obligaciones religiosas. Lo peor: las turistas chinas que, cual parque de atracciones, se disfrazan y contratan un fotógrafo para inmortalizar su momento, con una falta completa de respeto hacia los tibetanos que peregrinan alrededor del templo.

Callejeamos de vuelta al hotel. 10 horas en la calle parecen suficientes… Para la cena, no somos capaces de dar un paso. Salimos a la calle del hotel donde probar unos noodels. En el primero de los restaurantes, primero por señas, después con una foto, el traductor y finalmente con una llamada de teléfono de la camarera, conseguimos comernos unos noodels con yak y vegetales. ¡Tremendamente amables! Y por sólo 50 yuanes (6 €) con dos Lhasa Beers.

Mañana toca comenzar dos días duros: el primero para llegar hasta el lago Namtso donde dormiremos a 4790 metros de altitud y el segundo al monasterio Reting para pernoctar. Dos noches, a priori, menos cómodas.

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Jose Luis Bauset
Soy Jose Luis, más conocido como Bau. Aquí compartimos nuestras experiencias viajando. Viajefilos es nuestro blog de viajes, donde todos aquellos adictos a viajar pueden buscar inspiración.

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6 comentarios en “Que ver en Lhasa en dos días”

  1. Pingback: TÍBET: 40 POSTS QUE AYUDAN PARA VIAJAR [1] | Viatges pel Món

  2. Lhasa, un nombre que me encanta para una ciudad que superó mis espectativas del Tíbet en tan sólo unas horas…A veces pienso que he tardado mucho en visitar ese maravilloso país. Nada que añadir a este post genial con fotos MARAVILLOSAS. Gracias

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