La escapada de cuatro días al Pirineo aragonés

Escapada a Pirineos de AragónLos planes para las vacaciones de agosto eran otros muy distintos. El covid nos dio un baño de realidad obligándonos a cambiar el destino por otro “más modesto”. De hecho apenas me apetecía ir a los Pirineos, pero Pilar me convenció de que era una buena idea ir al Parque Nacional de Ordesa y Monte perdido. Solo estuvimos 4 noches. La última de ellas tuve que escuchar el temido “te lo dije”, cuando me lamentaba de no haber tenido algo más de tiempo. Aquí os contamos nuestra escapada de cuatro días al Pirineo aragonés.

La ruta de los cuatro días en el Pirineo aragonés

La mejor ruta y visitas de cuatro días al Pirineo aragonés

Escapada de cuatro días al Pirineo aragonés

Día 1. Aínsa y alrededores

Salimos en coche desde la Cañada, Paterna (Valencia) buscando la A-23 para llegar a Aínsa unas cinco horas y cuarto después. Nada más dejar las maletas bajamos al restaurante. De primero “Boliches” (un guiso con alubias casi redondas con chorizo, morcilla y cordero) para los dos, y de segundo chuletas y ternasco, cerveza y cola. Postre, tarta de queso y flan. 15€ persona. El guiso espectacular y también las chuletas. Después fuimos a dar una vuelta por el casco antiguo de la localidad, para rebajar una comida tan frugal.

Qué visitar en Aínsa

El hotel se encuentra en el margen derecho del rio Ara. Cruzamos a pie el puente al otro lado de la población. Las edificaciones más modernas y los hoteles se encuentran en la parte baja de los márgenes del rio y el casco antiguo está sobre un cerro donde el rio Ara se funde con el Cinca, dejando la villa enclavada dentro del “tirachinas” formado por los dos ríos.

La calle para subir al casco histórico es de las que se agarran a las piernas con ganas. Te recuerdan que hay que dejar de fumar. Por la noche descubrimos que se podía llegar en coche, y aparcar en una explanada, por la calle de Abajo en el “Parking municipal Aínsa” (con zona azul) al otro lado del foso del castillo. De todas formas merecía la pena. Está considerada una de las más bellas de Aragón. Ha respetado la arquitectura tradicional de la zona.

El caso medieval está compuesto por las calles Mayor y Sta. Cruz. En la primera hay varias mansiones señoriales, con inicio y fin en sendos portales y las casas cuentan con grandes bodegas subterráneas. Y en la segunda la Iglesia de Santa Maria, construida entre los siglos XI y XII, ejemplo de la sobriedad románica. No pudimos entrar por lo pequeño de su planta de cruz latina. Solo podían acceder 20 personas a la hora del culto religioso.

Las dos calles principales terminan en la Plaza Mayor que es posible que sea uno de los pocos ejemplos de plaza Mayor que conserva, de forma íntegra, sus construcciones originales. Tiene forma de rectángulo irregular con soportales de arcos de medio punto y otros ojivales, excepto en la parte que da a la explanada previa a las ruinas del castillo. Es cierto que lo afea un poco las terrazas de los restaurantes y los carteles de los mismos. Es el precio a pagar por un lugar tan singular, sin duda.

Cuatro días de escapada en el Pirineo de Aragón. Que visitar en Aínsa
Que visitar en Aínsa

La ruta del Mirador del Cinca

En la plaza Mayor estaba la oficina de turismo donde nos recomendaron una ruta corta, de las muchas que había en la zona, del Mirador del Cinca, de unos 4 km con poco desnivel, perfecta para niños, o para mí. Comienza partiendo de la explanada contigua a las ruinas del castillo pasando después por la Cruz cubierta, un templete de forma circular construido en 1665 como conmemoración de la reconquista de Aínsa a los musulmanes. Después se sigue por el Cementerio, para llegar a continuación al mirador del Cinca, desde donde hay una magnifica panorámica de los ríos trenzados: durante los momentos sin crecidas el agua circula por varios canales separados entre sí por acumulaciones de sedimentos (islas). El Cinca, como otros muchos ríos de los Pirineos tiene avenidas que modifican, en pocos días, las dimensiones de los canales. Los ríos trenzados se forman cuando el agua arrastra materiales de tamaño grueso durante las crecidas de otoño y primavera.

La ruta ornitológica del Gerbe

Regresamos al hotel, yo pensaba que para descansar, pero Pilar tenía pensado que fuésemos a Gerbe, a unos 8 km por la N-260, para hacer la Ruta ornitológica de Gerbe. Me convenció diciendo que veríamos orquídeas y al “pájaro loco” que en España resulta que algunos le llaman “pico picapinos”. Ruta corta de unos 4,5 km, con salida desde la Iglesia de San Miguel en dirección a Punta de San Pedro. Ni rastro de las orquídeas, ni del “pájaro loco” pero bonitas vistas al anochecer del Embalse de Mediano.

Cuatro días de escapada al Pirineo aragonés. Embalse del Gerbe
Embalse del Gerbe

Volvemos al casco antiguo de Aínsa, ahora si con el coche hasta la explanada contigua al castillo para cenar en alguno de los restaurantes de la plaza mayor. No teníamos reserva y no había sitio en ninguno. Pero un poco más adelante, justo enfrente de la torre de la Iglesia Santa Maria, nos pudimos sentar en la terraza del Bar Tapas L’alfil. Pedimos para compartir, Jarrete de cordero, Albóndigas caseras, bravas (como no), pan con tomate y tres dobles de cerveza. Cena ligerita también…. 35,80€. El jarrete espectacular y las albóndigas con un especiado que también nos gustaron mucho. Las bravas con patata “agria”, como tiene que ser, pero la salsa no muy lograda. Hora de retirarse a descansar. A mí me dolían las piernas y me arrastré hasta el coche. Pilar iba de puntillas, casi saltando.

Día 2. Valle de Ordesa. Jaca. Monasterio S. Juan de la Peña

Desayunamos en el hotel. 8€ por persona. Lo hicimos todos los días. Puede parecer algo caro, pero era un buffet en el que había de todo, incluidas unas tortillas variadas, algunas rellenas, que estaban riquísimas. También un pan estupendo que usamos para hacernos unos bocadillos, a escondidas, con la variedad de embutidos de calidad que ofrecían, para después comerlos en la Pradera de Ordesa, o donde tocase ir.

Cómo acceder a la Pradera de Ordesa

Salimos después de las 09:00h en dirección a Torla-Ordesa por la N-260. Unos 44 km, 50 minutos. A la entrada de Torla, a la derecha, hay un cartel indicando el aparcamiento para los vehículos. No se puede subir en coche a la Pradera (al menos en agosto). Hay un servicio público de autobuses que transportan hasta un máximo de 1.800 personas por día a la Pradera de Ordesa. Cuesta 4,5€ ida y vuelta. Cuando se alcanza ese número se suspende el servicio y ya no pueden acceder más personas. El Parque Nacional de Ordesa está compuesto por cuatro valles principales denominados Valle de Ordesa, Cañón de Añisclo, Garganta de Escuaín y Valle de Pineta. El Monte Perdido es la máxima altitud (3.355 m) del Macizo de las tres Sorores. También es la montaña calcárea más alta de Europa, en torno al cual se distribuyen los Valles.

Hacemos un poco de cola para comprar los billetes, unos diez minutos, y otros quince minutos para que nos llegue el turno del Bus para subir a la Pradera. Un sol de justicia que nos hace buscar la sobra (32º). Es el peaje a pagar por haber llegado a las 10:00 h, en lugar de las 08:00 h como teníamos previsto. Me da la impresión que sin Covid hubiese estado masificado y nos habríamos quedado sin subir.

El trayecto en bus es corto, unos 10/15 minutos y las vistas, mientras nos lleva a la Pradera, son imponentes. Hay un aparcamiento en la Pradera de Ordesa donde nos deja el bus, enfrente de un restaurante, donde ya hay carteles indicando las posibles rutas.

Pradera de Ordesa, fundamental en cuatro días de escapada al Pirineo aragonés

La ruta de la Pradera de Ordesa a la Cola de Caballo

Prácticamente todo el mundo iba directo a la misma: Pradera de Ordesa – Soaso – Cola de caballo. 16,5 km, 5h 15min. Nosotros también, pero a un ritmo “dominguero” provocado por mí.

El trazado es sencillo, con poco desnivel, pero la verdad es que no soy un senderista y prefiero pasear, parar, hacer fotos. Así que a mi ritmo íbamos a tardar 7 horas, o más, en hacerlo. Pilar no dejaba de mirar hacia atrás para ver donde me encontraba yo. La convencí de que el objetivo era disfrutar el recorrido sin una meta al final, la cola de caballo. Reconozco que tenía en mente llegar a tiempo a Jaca para ver, abierta, la primera catedral románica construida en la península ibérica.

Dicho esto, disfruté mucho el recorrido poco exigente, una vez nos adelantaron nuestros compañeros accidentales de bus que no andaban, casi corrían, para llegar los primeros a la Cola de Caballo. Desde el final del parking, en la margen derecha del valle del Arazas, caminamos por una pista forestal remontando el valle, adentrándonos en un frondoso hayedo salpicado de abetos. Sin dejar este camino pasamos por unas preciosas cascadas. Cascadas de Arripas, la Cueva y del Estrecho. Una vez superada la última, el bosque empieza a clarear, y antes de llegar las Gradas de Soaso, empecé a pensar que apenas habíamos hecho algo más de la mitad del recorrido y que era hora de volver para comer tranquilamente tumbados en la pradera de Ordesa.Alrededor de las 14:30 h estábamos descansando en la hierba comiendo los bocadillos del desayuno con unas cervezas compradas en el bar de la pradera. Después de una siesta impagable de media hora, volvemos a la parada del bus.

Un paseo por Torla y Broto

Nos dejó en Torla sobre las 16:00 h. Visitamos el casco urbano de la población y ya me di cuenta que, siendo muy bonita, no había comparación con lo que es Aínsa. Además tenía unas calles estrechas y empinadas, pavimentadas con cantos rodados no aptas para tobillos sensibles. De nuevo no pudimos entrar en la Iglesia de San Salvador, templo rustico, románico del XIII.

El paseo por Torla en una escapada al Pirineo
El paseo por Torla

Volvemos al coche y nos dirigimos a Jaca por las N-260 parando primero en Broto, de nuevo no pudimos entrar en la Iglesia de San Pedro. Seguimos por la N-260 y después las indicaciones por la E-7, para llegar a Jaca una hora después.

La visita de Jaca

Yo veía a Pilar con cara de “por dios, no quiero un atracón de románico”, y para compensar, antes del atracón, paseamos por el centro de la bonita ciudad y en la Calle Mayor paramos en la pastelería La Suiza, donde el atracón se lo dio Pilar con un Brioche relleno de crema y un pastel de limón con merengue. Eso sí, precios de escándalo. Además tenían un dulce típico de la zona “lazos de Jaca” de hojaldre de mantequilla, bañados en yema, que casi me saltan las lágrimas al saborearlos. Seguimos una dieta hipocalórica estricta como habéis podido comprobar.

En la misma calle Mayor se encuentra el Ayuntamiento, de proporciones armónicas y severas que hacen de la fachada una de las más importantes del Plateresco aragonés. En la calle perpendicular a la Mayor, a espaldas del Ayuntamiento, la Plaza la Cadena, en la que está la pintoresca Torre del Reloj, sobre los restos del Antiguo Palacio real. Es de estilo gótico, destacando sus ventanas. Siglo XV.

La catedral de San Pedro de Jaca

Desde la Plaza Lacadena, siguiendo la calle Zocotin llegamos a la Plaza de San Pedro, donde está la Catedral de San Pedro. El camino de Santiago pasa por ahí mismo, en un entorno arquitectónico impresionante. Considerada la primera catedral románica construida en los reinos ibéricos. Data del siglo XI. De aspecto exterior pesado y contundente, “mazacote” según Pilar. Hay una gruesa torre rectangular, inacabada que ayuda a dar esa sensación. Planta de cruz latina. Tres naves, crucero y cabecera con tres ábsides.

La entrada combinada de Catedral y Museo diocesano de Jaca cuesta 10,50€, pero merece la pena. Al museo se accede desde una puerta en la Capilla de Santa Cruz con una exposición permanente que albergan un valioso tesoro de arte medieval: capiteles, tallas de Vírgenes y de Cristos, rejas románicas y por supuesto, la excepcional colección de pinturas murales originales, románicas y góticas, que convierten al MDJ en uno de los museos de pintura medieval más importantes del mundo. “Una de las más bellas colecciones murales románicas del mundo” según el periódico Le Monde.

La Sala Bagüés es la “joya de la corona” del museo. Pinturas datadas a finales del siglo XI (entre 1080 y 1096) y fueron arrancadas de la Basílica de Bagüés en 1966, traspasadas a lienzo y trasladadas a Jaca. En las escenas conservadas podemos contemplar la más completa Biblia de los pobres de las muchas que se hicieron en los templos románicos. Las pinturas de esta iglesia cubrían la totalidad de los muros laterales y la cabecera, desarrollándose en ellos el relato de la historia de la Humanidad (La biblia).

La sala Bagües del museo diocesano de Jaca
La sala Bagües del museo diocesano de Jaca

Este espacio nos hace ver la verdadera estética de las iglesias románicas y comprender así cómo eran los interiores de esos templos que estaban concebidos para estar absolutamente pintados, llenos de vida y color, de forma que las la mayoría de gente, iletrada, de la época medieval pudieran comprender, a través de imágenes, toda la historia de la Biblia. Pilar empezaba a resoplar, pero se había comportado sin hacer “caritas”. Y sé que le encantaron las pequeñas tallas policromadas de vírgenes con ese estilo casi “naif” no exento de encanto.

Monasterio de San Juan de la Peña

Después del museo nos dirigimos al Monasterio San Juan de la Peña por la N-240, y a continuación por la A-1603, vaya carretera, a unos 25 km. (nosotros hicimos alguno más por mi fe ciega en el Google maps desoyendo las indicaciones de Pilar). Llegamos bastante tarde, casi las 20:00 h, además de que el GPS, por mi obcecación no nos llevó al antiguo, sino al nuevo Real monasterio de San Juan de la Peña construido en el XVI que está a 8 km del “antiguo”. Cuando deshicimos el camino eran las 20:15 h y estaba cerrado….

De nuevo la cara de Pilar era de “te lo dije”. El bueno es que no había nadie y aparqué en la misma curva que hay a la entrada del monasterio. Cubierto por la enorme roca que le da nombre, el conjunto, que abarca una amplia cronología que se inicia en el siglo X, aparece perfectamente mimetizado con su excepcional entorno natural. No pudimos visitar su iglesia prerrománica, pero sobre todo sobresale el magnífico claustro románico, a la vista sin necesidad de entrar.

Considerado por la tradición como la cuna del Reino de Aragón, primer panteón de los reyes de Aragón, fue parada habitual del Camino de Santiago y lugar de leyendas. Entre ellas destaca la que vincula este lugar con el Santo Grial. Un inciso sobre el Grial, se trasladó posteriormente a la Catedral de Valencia en 1437 cuando Alfonso el Magnánimo necesitaba dinero para sus guerras, y lo dejó como aval del préstamo que había solicitado a la diócesis Valenciana. Parece ser que nunca lo devolvió porque sigue depositado en la Catedral. Es cierto que hay decenas de “santos griales”, pero lo curioso es que el que hay en la Catedral del Valencia es el único validado con documentos, y aceptado por el Vaticano. El mismo que había estado en el Monasterio de San Juan de la Peña.

Monasterio de San Juan de la Peña
Monasterio de San Juan de la Peña

La iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós

De regreso de San Juan de la Peña a Aínsa, nos quedaban unos 95 km y algo más de hora y media, paramos en Santa Cruz de la Serós, para ver exteriormente la Iglesia de Santa Maria, del XI, que es el único resto que queda del monasterio benedictino femenino fundado a mediados de ese siglo. Cuando llegamos a Aínsa eran más de las 22:30 h, y habían cerrado el comedor del Mesón en el que nos alojábamos. Enfrente está “Mi pizzería de Aínsa”, se calentaron la cabeza para el nombre, donde si pudimos cenar unas pizzas cuadradas. Cuatro quesos con bacon y otra de cebolla y salchichas, unas rabas de calamar, cerveza y cola. 25,30€. El lugar no tenía buena pinta, servicio lento, pero comida más que aceptable. Hora de irse a la cama.

Día 3. Real Monasterio de San Victorián. Valle Pineta

Madrugamos bastante, pero el tiempo, que había sido excelente hasta esa mañana, comenzó a torcerse de manera considerable. Frio, viento, lluvia… no era lo mejor para ir al Valle de Pineta. A Pilar le hacía mucha ilusión porque había hecho camping ahí desde pequeña. Desayunamos en el Mesón, tranquila, y contundentemente. Ya sin prisas y buscando un plan alternativo nos decidimos por el Monasterio de San Victorián.

El monasterio de San Victorián

La cara de Pilar era “Iglesias NO”. Pero lo vio como una opción más atractiva que quedarnos en el Hotel. Nos avituallamos primero en el supermercado de Aínsa. Bebidas, pan, algo de fiambre, por si la cosa mejoraba y podíamos ir a Pineta a pasar el resto del día. Tomamos la N-260 dirección al monasterio, que en teoría estaba a unos 18 km de Aínsa. Siguiendo las indicaciones del GPS, y de nuevo sin hacer caso a la indicación de la carretera, ni al consejo de Pilar, tomo el desvío que indica el Google Maps. Carretera que a los pocos km deja de llamarse así, revirada y empinada. Después de casi media hora, deberíamos haber llegado en 20 minutos, el google maps me dice que ya hemos llegado… no había nada, ni nadie, en varios km a la redonda. Pilar respira profundamente. Y le digo que “si eso” deberíamos volver por donde ella me había dicho. Su respuesta escueta fue: “si, deberíamos”.

Desandando el trayecto, como de la nada aparece una señora mayor, vestida de negro, caminando por el borde de la carretera. En plan jocoso le digo a Pilar que “la niña de la curva se ha hecho mayor”. La broma no surte efecto y contesta un breve “si”. Paro el coche y le digo a Pilar que le pregunte a la señora si sabe por dónde se va al Monasterio de San Victorián. Ahora sí me mira fijamente y sé, claramente, que tengo que ser yo quien pregunte. Bajo del coche y le digo a la señora si conoce el paradero del monasterio. Sin mirarme la señora responde que “no lo sé, no soy de aquí”. Levanto las cejas como un Búho y me vuelvo al coche dándole vueltas a como habrá llegado esa mujer a ese lugar, en medio de la nada más absoluta, a pie.

Arranco y seguimos hasta el cruce que Pilar me había advertido que había una señal indicando la dirección al monasterio. Pilar me interroga sobre lo que me ha dicho la mujer. Enorme carcajada a dúo cuando se lo digo. Parece que voy enderezando el día que había comenzado torcido. Cuando llegamos al monasterio eran las 11:00 h pasadas. La verdad es que la vista exterior no era muy atractiva. Un “batiburrillo” de estilos que no le sentaba nada bien.

Yo le había dicho a Pilar que el Monasterio de San Victorián es todo un referente en la historia de la comarca de Sobrarbe. Según algunos expertos, está considerado como el más antiguo de España ya que su origen lo sitúan en la época visigoda, en el siglo VI. Fue reconstruido por Ramiro I de Aragón en el siglo XI. Y fue donde se reunieron Ramiro el Monje y Ramón de Berenguer IV para decidir los esponsales entre este último y doña Petronila, unión que posteriormente daría como fruto la formación de la Corona de Aragón. También es panteón real, donde se conservan los sepulcros de Gonzalo I y de Iñigo Arista. Guerras, desamortizaciones, y expolios lo dejaron en un estado ruinoso. En una visita guiada dentro del monasterio nos explicaron estas y más cosas del que ha sido durante siglos centro político, económico, cultural y espiritual de un vasto territorio, siendo protegido por reyes y papas. Del siglo VI solo quedan algunos restos en el suelo. Y lo que se puede visitar es la parte restaurada de lo que se construyó en el siglo XVIII.

El Valle de Pineta

El día seguía desapacible, pero si no íbamos al Valle de Pineta a Pilar le iba a dar un “parraque”. Al menos el viento había dejado de pegar fuerte, pero seguía “chispeando”. Ponemos en el navegador Parking del Valle de Pineta (el Valle como tal no aparece) y en una hora y cuarto recorremos los 55 km que lo separan del Monasterio de San Victorián. Si buscas las indicaciones del Parador de Bielsa también sirve, porque está al lado del Valle. El trayecto en coche es de por si un regalo para la vista, sobre todo la carretera que discurre al margen del rio Cinca. Merece una parada la Presa de Pineta, antes de llegar al Parking del Valle. Absolutamente vacío cuando llegamos alrededor de las 14:00 h, solo tres coches en el aparcamiento (3€).

El cielo no presagiaba nada bueno. Vamos a la oficina de información y antes de que Pilar diga algo, le digo al chico que nos recomiende una ruta “corta” no más de una horita. Seguía lloviendo poco, pero no pintaba bien. Nos dice que la que hacen las familias es la de “Cascadas y llanos de La Larri” con “algo de pendiente”, pero que la hacían hasta los niños. Que ese recorrido tiene “paisajes espectaculares de cascadas, circos glaciares, praderas de montañas y espesos y frondosos hayedos”.

El valle de la Pineta en una escapada de cuatro días al Pirineo aragonés
El valle de la Pineta

Comenzamos en el punto de información del Valle de Pineta. Luego seguimos por el Camino de Marboré en dirección a las cascadas y llanos de La Larri. Desde el inicio se puede apreciar la magnitud del entorno en el que nos encontramos. Nos adentraremos en un tupido bosque de hayas hasta llegar a un puente de metal para pasar al margen izquierdo del río. Más adelante hay una bifurcación de caminos. Si giramos a la izquierda permanecemos en el Camino de Marboré. Pero, nosotros vamos a subir por el Barranco de Larri, así que, giramos a la derecha.

Subimos (yo diría que casi escalamos) por un sendero estrecho y difícil (¿de verdad suben por aquí niños pequeños?), en el que se han habilitado escalones y barandillas para facilitar la subida. Estaba bastante embarrado, la lluvia empezaba a arreciar. Había miradores, que eran mi salvación, para observar las cascadas y saltos de agua que genera el río al descender por el valle.

Después de media hora, que parecieron horas, arrastrándome cuesta arriba, casi sin resuello, me giro para preguntar a Pilar si nos damos la vuelta. Ella subía dando saltitos, casi ingrávida. Señalando pájaros aquí y allá. Yo ya tenía bastante con lo mío como para preocuparme por los pájaros. “Mira un Petirrojo” (es muy aficionada a la ornitología) que yo identifiqué como “pájaro que no tenía nada rojo”. De verdad que tenía temblores en las piernas. Creo que resistí por las ganas de ver de nuevo al chico del punto de información para decirle un par de cositas. “Pero merece la pena por la belleza del entorno”. Eso decía Pilar que no tenía signo alguno de cansancio.

Cuando ya creía que estaba todo perdido, llegamos a una pista forestal, donde debemos seguir las indicaciones hacia los Llanos de La Larri. Así que, giramos a la derecha y nos situamos en un puente, desde donde hay una preciosa panorámica de la Cascada del Barranco de La Larri. Sonriente, y exultante, Pilar me anima a seguir hacia los Llanos de la Larri. Que lo peor ya lo hemos hecho y que ya no llovía. Después de recobrar el aliento veo que llegan dos niños, delante de su padre, ¡a la carrera! De verdad, a la carrera!!. Me había quedado sin argumentos para decirle al del punto de información que no falseara la realidad de las rutas. Pilar se apiada de mí y volvemos a la pradera por la pista forestal, cuesta abajo, y sin dificultad.

Cascadas de La Larri
Cascadas de La Larri

Teníamos bastante hambre, y nos sentamos en una de las mesas de madera que había en la pradera. Toda para nosotros, un lugar imponente que no hay que dejar de visitar. Nos hicimos unos bocadillos, unas papas, aceitunas y un par de cervezas, que seguían razonablemente frías desde la mañana. Menos mal que lo llevábamos todo, porque el restaurante estaba cerrado por covid. “Es el mejor lugar al que me has llevado a comer” me dijo. Parecía que al final un día torcido se había enderezado.

Acabamos con un paseo por nuestra (ese día) Pradera de Pineta y de regreso a Aínsa, por la A-138, 48 km, 45 minutos, paramos otra vez en la Presa de Pineta para hacer unas fotos con el cielo encapotado. Y un poco más adelante, también lo hacemos en Bielsa, situada en la confluencia de los ríos Barrosa y Cinca. Conserva excelentes construcciones de montaña propias de la zona, pero ha sucumbido a la presión del turismo y algunas de las edificaciones del casco son menos respetuosas con las formas tradicionales.

Regreso al hotel, ducha y las 21:00 h clavados en el comedor del Mesón de l’Ainsa. Sopa de “cocido”, solomillo de ternera a la piedra y flan casero para mí, y también sopa, bacalao y coulant para pilar. Cerveza y cola light (para seguir con la dieta). De diez, tanto la sopa como el solomillo. 15€ por persona.

Día 4. Cañón de Añisclo. Garganta de Escuaín. Boltaña.

La previsión del tiempo no era buena y no madrugamos mucho para ir a desayunar. Sorprendentemente el cielo se abrió y, como en los primeros días, lucía un sol radiante. Preparamos las mochilas, desayunamos, y nos avituallamos, tomamos rumbo al Cañón de Añisclo por la A-138, unos 23 km, 35/40 minutos.

La ruta por el Cañón de Añisclo

Esa carretera que no deja de maravillarnos con su trazado por los márgenes del rio Cinca. A la altura de Escalona tomamos el desvío señalizado hacia el Cañón. Aquí la carretera empeora bastante. Llevamos bastantes coches delante y detrás. Menos mal que en esa época del año es de una sola dirección. Pasando por un estrecho congosto conocido como el desfiladero de las Cambras dejando el rio Bellós en el margen derecho y a nuestra izquierda la montaña en la que ha sido, literalmente, excavada la carretera.

Cuando llegamos al aparcamiento de San Úrbez ya estaba completo. Es bastante pequeño, apenas 30 coches. Seguimos a la izquierda por una pronunciada curva de pendiente ascendente y aparcamos en el lado derecho de la carretera (estaba habilitada) que se hacía bastante ancha en la dirección de salida del Cañón. Como ya se habrá visto, de senderista tengo poco, más bien “paseador” así que nos decidimos por la ruta “hacendado”, circuito de San Úrbez, que no por ser más corta era menos hermosa, aunque si más transitada. Esta si es de verdad apta para todos los públicos, no como la de los llanos de la Larri en Pineta. Es circular con 50 metros de desnivel total, y duración aproximada de 1 hora. Perfectamente señalizada en un cartel al lado del aparcamiento.

Tras una pequeña bajada encontramos el viejo Puente de San Úrbez, construido con piedra caliza sobre el profundo desfiladero del río Bellos. Junto a él hay un puente moderno. La pista continúa hacia el norte, delimitada por un muro de piedra desde donde se puede ver la confluencia del río Aso (al frente) y el río Bellós (a la derecha).

Tras 15 minutos desde el aparcamiento, alcanzamos la ermita de San Úrbez. Durante siglos, éste ha sido el centro de devoción de todos los habitantes del Valle de Vio. Para su construcción se aprovechó una cueva natural situada a unos 10 m por encima del camino. La fusión de roca, agua y tradición le dan un aire muy especial. Dejamos atrás la ermita y continuamos por el mismo camino. Al llegar a la Fuente de San Úrbez frente a ella se encuentra el inicio del sendero que tomamos. Los avellanos y el matorral de boj nos acompañan durante el descenso.

Finalmente llegamos al fondo del cañón, donde existe un puente sobre el río Bellós. Seguimos el sendero por la margen derecha del río. Tras un suave ascenso llegamos a un pequeño mirador que permite contemplar una nueva perspectiva de la desembocadura del río Aso en el Bellós. A partir de aquí el sendero se interna en el valle del río Aso, dominado por masas boscosas de pino silvestre y encina. La ruta nos lleva a un nuevo mirador desde el cual, se divisa una magnífica vista de la Cascada de Aso y del viejo molino harinero.

Hay un último descenso para alcanzar la pasarela metálica sobre la cascada de Aso. El torrente se precipita al vacío por una profunda grieta en la roca generando un ruido ensordecedor. En lugares como estos, la fuerza de la naturaleza nos hace sentir pequeños. Todavía impactados, dejamos atrás este lugar. Tras recorrer la pasarela metálica, el sendero gira a la izquierda. Antes de proseguir, nos dirigimos a la Cueva de los Moros; hay que estar atentos para no pasar de largo el sendero que parte a la derecha, pues no cuenta con señalización direccional. El sendero discurre entre un matorral muy denso de boj y remonta una ladera de fuerte pendiente. Quizá el único tamo menos fácil. Tras 5 minutos de ascenso llegamos a la Cueva de los Moros. Como el terreno es muy resbaladizo hay que caminar con mucha precaución. La cueva posee un gran valor arqueológico, ya que en 1970 se descubrió un asta de ciervo con indicios claros de haber sido manipulada por alguna persona que habitó en el valle durante el Paleolítico (35.000-10.000 a.C.). Bajamos por el mismo sedero para alcanzar nuevamente el cruce anterior y seguimos por la margen derecha del valle del río Aso y tras un suave ascenso llegamos al aparcamiento de San Úrbez.

Cañón del Añisclo, una buena ruta de una escapada al Pirineo aragonés
La ruta del cañón del Añisclo

La garganta de Escuaín

Nos dirigimos a la Garganta de Escuaín. 35 km, pero casi 1 hora y 15 minutos. No podemos volver por donde hemos venido, ya que la carretera es de sentido único en esta época del año. Dando un rodeo llegamos al cruce de Escalona, donde ya hay carteles indicativos para ir a Escuaín. De nuevo aparecían nubes amenazantes y empezaba a bajar la temperatura rápidamente. Esta carretera era bastante estrecha, demasiado en algunos tramos, ascendiendo carece de quitamiedos y los cortados a nuestra derecha eran de impresión. Por suerte, entre comillas, el día se había estropeado, y a ratos llovía un poco. Escaso tránsito. Nos cruzamos en los 15 km con apenas dos o tres coches y en zonas donde uno paraba y el otro, apretando un poco las nalgas, podía pasar.

Cuando ya estábamos a unos 4 km de Escuaín, había tramos para un coche justito. Se me ocurre decir “menos mal que no nos hemos cruzado con una autocaravana”. En dos minutos ahí estaba, ocupando todo el ancho de la carretera una autocaravana más grande que un camión. Pero ella en el lado de la montaña y yo en el del barranco. Clavada, no se movía. Ni yo. No me atrevía. Yo tenía “malas cartas”. Ni con una palanca podía soltar mis rígidos brazos del volante que estaba soportando una presión de 5-6nn, como mínimo.

Pilar me dijo “bajo y te guio para que des marcha atrás en esa parte que parece un poco más ancha”. Me lo repitió hasta dos veces. Resople al menos tres y di marcha atrás, después de que Pilar bajase, saliendo un poco de la carretera, siguiendo sus indicaciones, para que la autocaravana pasara. Enfundó su retrovisor y yo hice lo mismo con el mío. Pasó lentamente pero aun así rozó el retrovisor plegado.

Llegamos a Escuaín cerca de las 14:00 h. Es un pueblo fantasma, está prácticamente abandonado. Solo había un punto de información, que estaba cerrado cuando llegamos. Curiosamente, y siendo algo generosos, un bar-cafetería abierto. Al lado del punto de información comienza una pequeña ruta circular. Ruta de los Miradores Proas de O´Castillo o miradores de la Garganta del Río Yaga. Se trata de un corto recorrido circular de menos de 1 km y apenas desnivel con origen en el propio pueblo de Escuaín que se realiza en unos 20 min. Este itinerario pasa por varias proas naturales de roca que se asoman a la verticalidad de la garganta del río Yaga donde las vistas son magníficas. También puede apreciarse el discurrir de las aguas del río Yaga con sus formidables pozas y cascadas hacia las cuales íbamos a ir, eso creía, más adelante. Lo impresionante de estos miradores es que podías ver los buitres volar, cosa que se puede hacer en otros lugares, pero casi siempre mirando hacia arriba. Aquí, para verlos, tenías que mirar hacia abajo.

La senda de la garganta de Escuaín
La senda de la garganta de Escuaín

Parecía que el tiempo caprichoso iba a darnos una tregua y el sol amagaba con volver a asomarse. Así que nos dirigimos a la parte de atrás de la iglesia donde comenzaba la ruta Descenso a las Fuentes de Escuaín o Surgencia del Yaga. El primer tramo del recorrido es prácticamente llano y tras atravesar el barranco del Lugar seguimos adentrándonos en los límites del Parque, después de unos 15 minutos llegamos a   un cartel que nos advierte de la peligrosidad del sendero, empieza el canguelo. La verdad es que no lo parecía. Pronto alcanzamos el borde de la garganta.

Cada vez más viento, el sendero de la garganta más estrecho, y la otra garganta, la mía, tragando más saliva de lo normal. Pilar iba delante con soltura. Llegamos al paso de una roca para el que hay que ayudarse de una cadena anclada en la misma para continuar con el descenso. Si me pinchan, no me sale sangre. Paradójicamente, la lluvia, que comenzó a caer de nuevo, vino al rescate. Lluvia, viento, descenso resbaladizo y mi cara de congoja convencieron a Pilar de que teníamos que volver y ponernos a refugio. Gracias a los chubasqueros no llegamos empapados para cobijarnos en el lavadero de Escuaín. Comimos nuestros bocatas de todos los días sentados en los bancos del lavadero. A pesar del mal tiempo era una sensación muy agradable, solamente empañada un poco por el viento.

De nuevo paró la lluvia y aprovechamos para ir a tomar café en el Bar de Escuaín, donde ya nos habían sablado 2,5€ por cada lata para llevar de Coca-Cola. Le pido un cortado corto de café y un bombón. “¿un qué?” Me responde el propietario y le digo que dos cortados. No iba a tener leche condensada ni por asomo. Veo que me va a poner la leche fría y le pido por favor que la caliente. De forma cortante me dice que no hay electricidad en el pueblo, que no la puede calentar. Lo miro con perplejidad y al ver mi asombro señalándole la cafetera en funcionamiento me dice “es que la cafetera va con placa solar y no me llegará para calentar la leche en el hornillo, y si me quedo sin electricidad no podré poner más cafés”. En el pueblo estábamos él mismo, la chica del punto de información, Pilar y yo. No sé cuántos cafés pensaba servir.

Para romper el hielo le digo que parece que todas las casas del pueblo están abandonadas. Me mira fijamente, serio, y me dice: “no están abandonadas. Todas tienen dueño. Otra cosa es que estén en ruina porque nadie vive en ellas y no se ocupen de arreglarlas”. No aprendo, y vuelvo a la carga. Le digo que la carretera es complicada para venir todos los días. De nuevo, más serio que antes, me responde: “ahora está bien. Antes sí que estaba mal sin asfaltar”. Como remate le pido dos sobres de azúcar. Comienza a hacer aspavientos con las manos y grita: ¡DOS SOBRES! ¡DOS SOBRES! “pues como venga alguien más, me he quedado sin azúcar”. A todo esto me cobró otros 2,50€ por cada cortado en vaso de cartón y con la leche fría. Cuando salgo con los cafés en las manos Pilar estaba muerta de risa.

El solitario pueblo de Escuain
El solitario pueblo de Escuain

Cuando regresamos al coche comienza a llover de nuevo. Esta vez con más fuerza. Nos esperamos más de media hora hasta que lloviese con menos intensidad. Aunque la carretera seguía siendo igual de estrecha, ahora era yo el que tenía una “buena mano” la pared de la montaña a mi derecha, y medio carril, por llamarlo así, a mi izquierda. Lástima que no me cruzara con la autocaravana. Tenía sed de venganza. Desde Escuaín llegamos en menos de 40 minutos a Aínsa. El día no parecía que estuviese para ir de aquí para allá y nos fuimos directos al hotel. Llegamos antes de las 17:00 h. pensando que la tarde estaba perdida.

El paseo por el casco histórico de Boltaña

Climatología caprichosa, de nuevo sale el sol. Como no es tarde decidimos ir a Boltaña, a unos 8 km de Aínsa por la N-260. Está encajonada entre los barrancos de Javierre y San Martin. El casco antiguo de Boltaña es uno de los más grandes del Pirineo aragonés. Su arquitectura que arranca en la baja edad Media (S.XV) Muestra un conjunto de callejuelas que forman la tela de araña del Casco Histórico de Boltaña. Te transporta a un viaje en el tiempo, al abrigo de sus calles estrechas, sus plazuelas y sus casas de piedra centenarias. Es un auténtico placer pasear por sus estrechas y tranquilas calles.

Subimos por una empinada cuesta (vía Crucis) hasta El castillo de Boltaña, con unas espectaculares vistas, que tiene su origen a principios del siglo XI. El castillo de Boltaña y el de Abizanda, junto con el de Loarre, constituyen las primeras fortalezas cristianas del Sobrarbe. Se abandonó definitivamente en el Siglo XVII, y sus ruinas dieron pie a leyendas sobre brujas, ya que este lugar sería uno de los elegidos por ellas para celebrar sus aquelarres, gestar sus maldades y atemorizar a los lugareños. Razón por la cual podemos ver en las chimeneas del casco urbano los imponentes espanta brujas, protectores de la entrada de brujos y malos espíritus en el hogar. Hay que tener en cuenta que las brujas saltaban con sus escobas de tejado en tejado por la Calle Mayor hasta llegar volando a las ruinas del Castillo de Boltaña. Al menos eso dicen los que allí viven. No seremos nosotros los que los contradigan.

El casco histórico de Boltaña
El casco histórico de Boltaña

Alrededor de las 19:30 h volvemos al casco histórico de Aínsa. No me canso de pasear por sus calles. Hacemos una pausa para tomar unas cervezas en l’Abrevadero. Probamos varias cervezas artesanales de la zona. Tensina roja, Pivo l’a y Tensina IPA. Muy apreciadas en la zona, pero como siempre, no les acabo de pillar el punto a las artesanales, y prefiero una cerveza industrial menos intensa.

Salimos a dar un paseo, tambaleantes, antes de la cena y una tromba de agua nos obliga a adelantar la cena en el Bar restaurante Fes, en la Calle Mayor, que previamente nos había recomendado el propietario del L’Abrevadero. Su especialidad es la ternera pirenaica de ganadería propia. Chuletón con guarnición para mí, precio por cada 100g por piezas (no conservo el ticket). Ensalada, huevos con patatas y hamburguesas de ternera para Pilar. Tarta de queso y Brownie. Cafés. Carne de calidad, pero no recuerdo el precio, pero tuve la sensación de que era algo caro. Volvemos al hotel. Ultima noche en el pirineo oscense.

Día 5. Barbastro. Huesca. Zaragoza. Valencia.

Como hemos dicho al principio, se hicieron muy cortos los días. Hubiésemos necesitado un mínimo de 4 días, solo para el Parque nacional de Ordesa, y tuvimos que hacer visitas “relámpago” de Barbastro, Huesca y Zaragoza de regreso a Valencia.

El paso por Barbastro

Barbastro, a 55 km por la A-138 dirección sur. En el Museo Diocesano, se puede adquirir una “pulsera turística” de Barbastro con la que se pueden visitar todas las edificaciones más relevantes de la ciudad. La Catedral de Santa Maria de la Asunción y Torre de la Catedral, en la misma plaza que el Museo; y el Monasterio de las Madres Capuchinas, Iglesia y Museo de los Mártires claretianos y la Iglesia de San francisco. Solo hicimos una visita exterior (la Catedral estaba abierta solo al culto) y paseamos por la Plaza Mayor entre los soportales, con numerosas mansiones con galerías y aleros renacentistas y barrocos.

La visita apresurada de Huesca

Seguimos hacia Huesca, 52 km por la N-240 y la A-22. Llegamos alrededor de las 13:20 h. y nos dirigimos a la Catedral, ubicada en la plaza con el mismo nombre, se inició en el siglo XIII, pero se terminó en el XVI. Aunque de formas góticas, la sencillez que tiene hace que parezca un templo románico. El Ayuntamiento, de un bello estilo renacentista. La Iglesia de San Pedro el Viejo, edificada sobre una basílica visigoda en 1117. Gran exponente del románico y donde están depositados los restos de dos reyes de Aragón, Alfonso I y Ramiro II. La plaza Luis López Allué poco animada con los comercios cerrados un domingo a las 14:00 h. La Plaza de Navarra, centro de la ciudad para los oscenses. Todo esto en escasa media hora. Ahora era Pilar la que iba con la lengua fuera, y algún que otro bostezo. Intentamos comer en alguno de los restaurantes que vimos abiertos, pero no fue posible sin reserva.

La Catedral del Salvador y la Basílica del Pilar de Zaragoza

Continuamos hacia Zaragoza 75 km por la E-7/A-23, haciendo una parada por el camino para repostar y comer rápido en una estación de servicio. A las 15:30 h llegamos a Zaragoza y dejamos el coche en el parking de la misma plaza de la Basílica del Pilar. Salimos al exterior frente a la fachada de la Basílica, pero estaba cerrada. En la misma plaza nos acercamos a la Catedral del Salvador, que sí que estaba abierta. 5€ por persona. Conocida como la “Seo”, en contraposición a “el Pilar”. Es la primera catedral cristiana de Zaragoza con un ecléctico conjunto de estilos, que van desde el Románico hasta el Neoclásico. La belleza y riqueza de sus capillas, el altar mayor gótico, realizado en alabastro policromado, y el silencio, junto a la luz que entra a través del cimborrio, le dan un aire majestuoso. En mi opinión, muchísimo más bonita, e imponente (por dentro) que la Basílica del Pilar. En su exterior destaca el cimborrio y el paño mudéjar, decorado con cerámicas de colores, de la Parroquieta de La Seo, del siglo XIV, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por su arte Mudéjar aragonés. Que surgió de la convivencia, más bien coexistencia, de musulmanes, judíos y cristianos, y está declarado Patrimonio de la Humanidad desde 2001.

Alrededor de las 16:30 terminamos la visita con la “audio guía” que hay que reconocer que a veces se pone un poco plasta. Y al salir ya vemos a la gente haciendo cola para entrar a la Basílica del Pilar. Hay un aforo limitado a 200 persona, pero entramos enseguida. La Basílica del Pilar es uno de los santuarios marianos más importante del mundo católico, al que llegan anualmente decenas de miles de peregrinos. Es también un centro artístico de primer orden que reúne obras de gran valor y de diferentes épocas, especialmente los frescos pintados por Goya. La construcción de la actual Basílica del Pilar está ligada al aumento de la devoción mariana a lo largo del siglo XVII. El anterior edificio gótico-mudéjar se quedó pequeño ante el creciente número de fieles y se hizo necesario levantar un nuevo templo grandioso y monumental, más acorde con la recién adquirida categoría de cocatedral. El templo actual es el resultado de un largo proceso constructivo que se inicia a finales del siglo XVII y termina a mediados del siglo XX, configurándose, sin embargo, como un edificio de carácter unitario, de grandiosas dimensiones, armónicas proporciones y gran amplitud espacial.

La Basílica del Pilar de Zaragoza
La Basílica del Pilar de Zaragoza

Seas creyente, o no (como es mi caso) no deja de impresionar la devoción de las gentes que llegan de los rincones de todo el mundo para rendir pleitesía a la pequeña talla en madera dorada que mide treinta y seis centímetros y medio de altura y descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierto, a su vez, por un manto desde los pies de la imagen de la virgen hasta la base vista de la columna o pilar. Tiene algo especial. Pilar se volvió loca comprando decenas de cintas de tela con la medida de la imagen de la virgen. A mí me toca llevar una en el retrovisor del coche. No sé si hará bien, pero seguro que mal no hace.

Como es de rigor, después de cada empacho de iglesias que le obligo hacer a pilar, lo tengo que compensar con otro empacho de dulces al terminar el recorrido. Así que nos vamos caminando a la Confitería Fantoba, C/ Don Jaime 1, las más antigua de Zaragoza (1856) y nos “regalamos” unas “glorias”, rosquillas de hojaldre envueltas en azúcar glass, y unos “suspiros de la virgen”, hechos a base de merengue y mantequilla. Nada como terminar un viaje, que se ha hecho muy corto, con buen sabor de boca. Regresamos al aparcamiento para hacer los 300 km, por la A-23, que nos faltan para llegar a Valencia.

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1 comentario en “La escapada de cuatro días al Pirineo aragonés”

  1. No sabes lo que me he reido de nuevo leyendo una de vuestras aventuras. Esa pelea entre el turismo más urbanita y gastronómico contra la pasión por la naturaleza en la que siempre pierdes con Pilar. Tu sigue intentándolo pero seguro que en el próximo seguirás teniendo una buena dosis de árboles, cascadas y… ¡carreteras estrechas!

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